El escenario del trabajo está marcado por la automatización, la deslocalización y una demanda de competencias que cambiará cada vez más rápido. La mejor receta para abordar este futuro por parte de trabajadores y empresas se compone de (1)habilidades profundas, (2)formación continua e (3)incorporación de la sostenibilidad en la agenda corporativa.
El mercado laboral ha sido “víctima” de los efectos de la pandemia de coronavirus (COVID-19), que ha acelerado muchas de sus tendencias previas, como la automatización de empleos. Y por si fuera poco, la crisis económica a la que nos dirigimos también está agilizando la destrucción de algunos puestos de trabajo, tal y como se advertía el informe Los empleos del futuro 2020 del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés).
Aunque las tecnologías emergentes prometen crear nuevas profesiones, el Foro Económico Mundial alerta de que el ritmo de empleos destruidos va más deprisa que el de la creación de los nuevos ‘trabajos del futuro’.
Este panorama dispar plantea cambios desafiantes tanto para los trabajadores como para las empresas y la sociedad en general. El reto principal consiste en preparase para trabajos que no aún existen o acaban de crearse.
Así que la gran pregunta es: ¿cómo podemos adaptarnos en conjunto a la realidad presente y futura del mercado laboral?
Formación Continua: ¿Quién la paga?
Nadie duda que la formación continua es la mejor estrategia para que los trabajadores puedan ganar el pulso a la rápida transformación del mercado laboral. El desafío consiste en decidir quién promueve y financia dicha formación. Y la respuesta depende mucho del estado de la economía.
Cuando las tasas de desempleo son bajas, las compañías tienen menos candidatos entre los que escoger, lo que aumenta sus incentivos para invertir en los empleados que ya tienen. Pero esta situación se da la vuelta en épocas de recesión y crisis.
La empresa debe plantearse que hay un cambio de realidad y que la eficacia y eficiencia ya no sólo implican conseguir buenos resultados hoy, sino estar bien preparadas para el mañana.
Se estima que alrededor del 40 % de los trabajadores necesitarán reciclar sus habilidades. Es una cifra tan elevada, que será todo un reto resolverla exclusivamente con nuevos trabajadores. Además, contratar a un trabajador con las habilidades deseadas no implica que tenga flexibilidad para aprender otras nuevas.
Por ello la estrategia de “reskilling” es la mejor opción para optimizar nuestros recursos disponibles, pues dotan a los profesionales de las herramientas y habilidades fundamentales para construir un equipo más versátil y productivo para el futuro.
El valor de las habilidades profundas
Frente a la velocidad con la que cambian las habilidades técnicas más demandadas, que aparecen y desaparecen en cuestión de años, las habilidades blandas (soft skills) son el elemento diferenciador en los trabajadores.
Comunicación asertiva, inteligencia social y emocional, la flexibilidad en la toma de decisiones, la capacidad de resolver problemas complejos, de colaborar y de gestionar equipos, entre otras, se están convirtiendo en esenciales, ya que se trata de cultivar equipos preparados para adaptarse y enfrentarse a un panorama que se transforma cada vez más rápido.
Pero las soft skills, no son suficientes, se debe aprender a utilizarlas de manera enfocada, para que realmente potencien la productividad de los individuos y organizaciones. Estas Habilidades “enfocadas”, son más difíciles de enseñar, requiere más trabajo aprenderlas, es más complicado medirlas y son imposibles de automatizar con máquinas. De tal forma que la automatización afectará menos a los trabajadores que tienen más desarrolladas estas habilidades.
Evaluar las aptitudes y capacidades de los trabajadores independientemente del currículo teórico permite incorporar una mano de obra más resiliente y adaptable a los cambios que vendrán.
Y, aunque no podemos predecir esos cambios con exactitud, está en manos de los empresarios y los trabajadores tomar medidas. Pero sin duda alguna, las habilidades enfocadas son una ventaja competitiva tanto para los candidatos como para las empresas que apuestan por ellas.